por Cecilia Carchi
En la mañana aún se escucha al afilador de cuchillos y al vendedor de pescado pasar por la calle y a algunos carros de vez en cuando. En la tarde menos, pero cuando llega la noche el silencio es absoluto. Solo queda el sonido del televisor o de la computadora en cada dormitorio. Las largas conversaciones entre mi hermana y yo han desaparecido porque por recomendación de mis tías está en el último dormitorio de la casa, aislada.
Unas alumnas suyas vinieron a recibir clases contagiadas de Corona vid y para preservar la salud de todos se decidió que se quedara allí. Todos los días le llevamos comida en una bandeja. Mi hermano y yo nos turnamos para prepararla y mi papá lava los platos. La limpieza de la casa se triplicado, ahora vertemos agua hirviendo a los platos, a los cubiertos y trapeamos la casa con cloro.
La pérdida de la noción del tiempo
No se sabe en qué día se vive. Se ha perdido la noción del tiempo. Hasta hace dos mirábamos las noticias, pero era una agonía constante. Hasta que dejamos de verlas por salud mental, nos estábamos deprimiendo. La paciente cero, después los primeros 100, 500, 1000 contagiados, tantos que se perdimos la cuenta. En la calle una bolsa de plástico sobre un banco, junto a un cartel. Muy pocas respuestas. Los políticos repiten el discurso que he escuchado desde niña. Dialogan entre ellos.
Las APPS nos salvaron
Me considero un ser privilegiado porque mi familia alcanzó a comprar víveres antes de entrar en cuarentena y la que no tuvimos lo pedimos por apps, pero hay muchos no tienen qué comer porque en mi país muchas personas viven del diario, como se dice aquí. Desde que empezó no he salido ni una sola vez, mi hermano se ríe y me dice que yo no la siento porque siempre vivo en cuarentena.
El jardín, un espacio para redescubrirme
Las noches me sirven para recordar y recordé que en mi adolescencia recorría las calles de mi ciudadela subida en mi bicicleta, desde las tres a las seis de la tarde. Entonces disfrutaba la brisa del aire recorriendo mi piel. Ahora salir al jardín de mi casa es un acto maravilloso. Miro con deleite, como un niño al ver una funda de caramelos, los árboles de bonsái, los peces que flotan en el pequeño estanque, la planta de ají con sus frutos comidos por los pájaros. Es la única maravilla que para mí me ha dejado la pandemia, volver a mirar con otros ojos y redescubrir los espacios cotidianos.
Los más felices en esta cuarentena son los animales, especialmente las aves. Bajan y caminan en el cemento y después saltan de un árbol a otro. En las tardes también nos visitan los colibríes y las ardillas, deleitándose estas últimas con las maracuyá de un árbol de papá. Nos queda para la reflexión cómo la pandemia hizo que el redescubrimiento de los espacios cotidianos fuera clave en nuestra supervivencia emocional.
Mi familia está fragmentada: Guayas, Esmeraldas, Manabí. No sé cuándo los volveré a ver. Un hilo de voz y una imagen distorsionada nos mantiene unidos. Sé que será algún día.
https://www.casamerica.es/literatura/frutos-extranos
La crónica, conocida como el «ornitorrinco de la prosa», es uno de los más bellos géneros para contar historias. Lee y escucha esta entrevista que se encuentra en Casa de las Américas, sobre Leila Guerriero, una conocida periodista narrativa argentina.
Si amas este género te invito a que formes parte del Club Cronistas de América Latina, que se abrirá el 25 de marzo vía plataforma Zoom. Te dejo el link con la información.
Te dejo un enlace que reflexiona acerca de la pandemia y los espacios cotidianos.
Muchos estamos pasando situaciones similares y otros de otra indole. Tener un pensamiento positivo ayuda mucho.
Querida Cecilia, compartimos ahora el mismo barrio. El mismo afilador de cuchillos, pasa por mi casa de 12.30 a 1 pm justo cuando estoy por terminar de preparar el almuerzo, y mis cuchillos siguen sin filo, pero mis dedos sin cortes. El vendedor de pescado, el pobre, se para junto a mi puerta a esperar que mis inquilinas de abajo le vuelvan a comprar…. no lo hacen, tienen miedo… son del grupo «vulnerable», no se exponen… Mi vecina: La iglesia «del hermano Gregorio» le llaman, desolada. El párroco murió al inicio de la pandemia, el buen Padre Carlos, se nos fue también sin ruidos de crónica, quedamos sin ese consuelo también…
Pero, la belleza de lo cotidiano nos volvió a envolver: comer las 3 comidas todos juntos ahora (nosotros ya pasamos la cuarentena, mi esposo yo encerrados 3 semanas con unos síntomas de dolores toráxicos sobre todo, sudores, nauseas y cansancio… resultados del test covid, negativos. Pero por disposición médica, igual: sepárense); todos nuestros hijos adultos, trabajando desde casa y el menor en la UCSG con clases virtuales; estar involucrados todos en todo ahora sabemos de clases virtuales, de palataformas, de las dificultades del teletrabajo y de lo obsesivo de los jefes sin horario para contactar a sus colaboradores; jefes que a su vez reciben la presión de los de «arriba» que bogan por que el «negocio» no se hunda!; de todos modos es un stress compartido, compartido en familia se pasa mejor, se comprende mejor, se justifica mejor, se lleva mejor…; fines de semana compartiendo nuevamente sagas de las pelis de impacto en su adolescencia y juventud; hamburguesas y hot dogs en casa; y mientras tanto seguirnos conociendo, seguir escuchándonos, seguir descubriendo en cada uno la imagen imperecedera de una persona llamada a lo infinito: a una felicidad infinita. Por ahora la incertidumbre a esa llamada nos toca la puerta: Qué será de mis hijos!! Señor?!! el futuro ya no se puede pensar igual! el miedo toca la puerta de nuestra alma al pensar en esta perspectiva. La fe cristiana le abre la puerta y el miedo sale corriendo velozmente: Acaso no valen más ustedes que un par de tórtolas? y sin embargo Mi Padre de los Cielos las alimenta, y ni una de ellas cae al suelo sin permitirlo Mi Padre Celestial? Sí momento difícil este, de inquietudes, incertidumbres y desvelos, pero esa Fe sembrada en el fondo de nuestro corazón es la única que saca en furtiva carrera a todo este enjambre de penumbra. Dios es mi Padre, nuestro Padre, Él lleva el timón de esta nave… me vuelve la paz al alma, miro a los míos con esperanza, siempre será para bien… «Todo confluye para bien de los que aman a Dios» me repite San Pablo al oído, una y mil veces, sí una y mil veces lo repito, lo pienso, lo imagino y el alma…. se me refresca… miro por delante y veo una pechuga de pollo por preparar, un tacho de ropa por lavar, una lista de comisariato por hacer, una manera de servir… y ahí se pasan las horas y los días en el bregar por no sucumbir, por no dejar que naufrague la esperanza, la Fe en el porvenir que mi Padre nos tiene preparado a todos: a los que se fueron y a los que quedamos. Los que se fueron se nos fueron a esperarnos, nos recordaron con dolor que esta no es la vida definitiva, que esta vida se nos puede ir en un instante, pero que hemos sido hechos para una vida que no terminará, distinta a esta, nuestra casa final…Los que quedamos, quedémonos con esperanza, con la certeza que de esta pandemia saldremos más humanos, más solidarios, más serviciales, más cerca de nuestra morada celestial mientras consumimos los minutos sirviendo, colaborando, mirando a los ojos a los nuestros, ahora todos son nuestros, sonriendoles bajo la mascarilla, porque en la mirada se proyecta la sonrisa, y así que nos coja la partida final: Redescubriendo lo cotidiano y tejiendo con ello la esperanza.
Gracias Cecilia por el espacio.